El teatro por sí mismo es ya un arte inútil. Lo se yo que vivo en él, lo respiro y lo creo. Lo se porque yo mismo me he preguntado la utilidad de tal o cual obra o montaje. El teatro puede convertirse tan fácilmente en un capricho, en algo vacío y sin sentido que me da miedo el rumbo que podrían tomar las cosas si todo el mundo viviera de esos caprichos.
Pero por fortuna aún hay gente generosa que deja sus caprichos a un lado y llena al teatro de cosas tan necesarias como una simple sonrisa.
¿Hacia dónde me gustaría ir con el teatro?
Yo quisiera estar en la mirada de ese niño.
Con el teatro quiero llegar muy lejos. No quiero que me vean mil ojos condescendientes con mi trabajo, quiero que me vean por lo menos dos ojos que puedan sacudirse. Me conformo con un espectador que vea lo que hago pero más que nada que escuche lo que tengo que decir. Con cambiar una mirada a la vez me daré por bien servido.
El teatro puede recuperar su razón de existir.
Tal vez en lo que tengo de vida estos sueños nunca se concreten, pero eso no me frena. Yo seguiré insistiendo para ser escuchado. El teatro no tiene porqué ser inútil. El motor de mi trabajo no es la denuncia, es la exposición. El teatro es una ventana y jugaré con el curioso espectador, el voyeour voluntario, para mostrarle lo que me duele, lo que me lastima y lo que me llena de ira. Como ser humano me siento comprometido con mi especie; tan comprometido como avergonzado.
Daré un paso a la vez.
Si la vida de una persona cambia después de ver mi trabajo entonces he tenido éxito. Los anuncios en la radio o los 15 abrazos y felicitaciones no serán nada si mi trabajo no penetra en lo profundo del espíritu humano. Si no logra cambiar la actitud de las personas.
Y con una me seguiré conformando. Con una mi trabajo estará hecho.
Así de lejos quiero llegar.
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