miércoles, agosto 10, 2011

Cuando el tiempo termine

Si hace cinco días alguien le hubiera dicho a Adam: “Tienes el poder de decidir el destino de un reino entero”, el nunca lo hubiera creído.

Hace una semana Adam iba camino a la escuela cuando, sin previo aviso, un gato blanco saltó sobre su hombro. El gato cayó frente a él y con una mirada profunda en sus oscuros ojos le dijo: “Sígueme”. Adam no preguntó y ni siquiera se extrañó al escuchar al gato hablándole; él siguió la orden como si de su madre se tratase. Siguió al gato a través de una serie de callejones hasta que, por fin, llegaron a una pequeña puerta de madera. La puerta no tenía cerradura, sólo un pequeño cordel.

“Déjame a mí”, dijo Adam al ver que el gato intentaba abrirla. Adam, de alguna manera, sabía lo que debía hacer. Abrió la puerta que rechinaba con cada centímetro que se movía. La puerta llevaba a un corredor oscuro. Adam entró y lo recorrió tocando con las manos las paredes húmedas y frías. Apenas había recorrido algunas decenas de metros cuando pudo percibir un resplandor al final del corredor. Sabía que el camino era recto, así que apresuró su paso para llegar al final.

Quedó cegado en cuanto llegó al otro extremo. La luz era tan fuerte que le tomó un poco de tiempo acostumbrarse, más aún después de haber salido de tal oscuridad. En cuanto recuperó la visibilidad quedó asombrado con lo que vio: Un campo verde que se extendía hasta donde su vista podía alcanzar. Era un verde que él nunca antes había visto: lleno de vida y brillo. Las flores y los árboles también parecían extrañamente diferentes; seguían siendo árboles y flores pero había algo en ellos que escapaba a su propia esencia. Parecían más vivos.

El gato seguía a Adam muy de cerca, hasta que este por fin dijo: “Ya estoy aquí, pero ¿Para qué?”. El gato señaló con la mirada una pequeña vereda que tenía enormes árboles a los lados: “Sigue ese camino, si eres quien me dijeron que eras, no te perderás. Pero si no, tu y yo estaremos muertos para esta tarde. Si llegas al final, pregunta por el viejo Habba, él te dirá lo que quieras saber; hasta entonces no te podré ser de más ayuda”.

Adam estaba impactado por las palabras de ese gato, aunque no se lamentaba por haberlo seguido. Tenía el firme propósito de cumplir con lo que le había pedido. Había mucho miedo en su corazón, pero no pensaba dejarse vencer.

Recorrió los primeros metros sin mucha dificultad, aún a pesar de que cada vez los árboles lo hacían más y más sombrío. Poco a poco el aire se hacía más pesado y le costaba mucho respirar. El calor pronto lo agotó y era muy difícil para él mantenerse de pie. Con la poca energía que le quedaba llegó arrastrándose al final del camino en donde ya lo esperaba una mujer. Le dio de beber y lo llevó hasta su casa, en donde le proporcionó también un traje que le quedaba justo a su medida. Era un largo traje blanco y rojo.

“Habba, ¿Es usted Habba?” La mujer le respondió con un claro no, pero señaló una puerta. Adam entendió que Habba estaba justo detrás.

Entró sin siquiera tocar, impetuoso y eufórico. “¡Habba!”, gritó, pero no había nadie ahí. El gato blanco entró a la habitación, se paró frente a Adam y lo felicitó por haber logrado llegar hasta su casa. Un fuerte viento entró por las ventanas y la puerta, formó un remolino alrededor del gato y lo transformó en un anciano vestido con un traje idéntico al de Adam. Yo soy Habba, fui enviado por el sacerdote Nembros hasta tu mundo. El sacerdote supo que ahí encontraría al heredero al trono de Aliete, este, nuestro reino.

Habba explicó a Adam que 1400 años atrás el rey Gadius había enviado a su hijo a otra dimensión, pues la guerra amenazaba con acabar con su familia; su linaje real, así como su reino se perderían a manos de sus entonces enemigos. Adam vagó durante esos 1400 años pasando de un cuerpo a otro hasta que la guerra por fin terminó. Sería entonces cuando podrían buscarlo y devolverle el trono que su padre le había reservado.

Adam no entendía muy bien lo que escuchaba, pero sabía muy dentro de él que tenía algo más que su vida de escuela y amigos.

“Ven conmigo”, le pidió Habba y lo llevó hasta donde estaba Nembros, un hombre más viejo aún que el mismo Habba. Nembros terminó de convencer a Adam cuando le mostró en una fuente toda su vida y las veces que había pisado el mundo que él creía suyo. Adam se vio a sí mismo en distintas épocas y lugares, hasta que finalmente se vio como un niño de 4 años en la misma habitación en la que estaba parado. “Todo esto es tuyo, eres dueño de todo lo que ves”, le dijeron ambos ancianos casi al unísono. Adam no creía lo que pasaba pero de algo estaba seguro: Era dueño de un reino entero.

Poco tiempo pasó para que Adam sintiera la necesidad de expandir su recién adquirido mundo. Poco a poco arrasó con aldeas y reinos vecinos cuyo poder no superaba al de Aliete. Adam era el dueño de la vida de quienes habitaban en sus tierras.

Nembros le advirtió que sus acciones debían detenerse y se lamentaba en silencio por haber traído a un rey que no estaba listo para gobernar. Temía por el futuro de Aliete. Este, como todos los pueblos que conformaban ese nuevo mundo eran controlados por cuatro dioses. Cada uno de los reinos debía rendirle culto y ofrecer tributos a cambio de su protección. 1400 años atrás un pueblo se reveló y los dioses le dieron el poder a Aliete para poder destruirlo. Ahora Aliete estaba fuera de control gracias a su nuevo rey y Nembros temía que los dioses le hicieran pagar las consecuencias.

Adam no se detenía, poco a poco se apoderaba de cada uno de los pueblos a los que mandaba a su ejército. Finalmente los dioses le pusieron un límite.

Primero destruyeron a su ejército con una tormenta eléctrica tan poderosa que incendió cada uno de sus campamentos. Uno a uno los soldados eran quemados vivos, no podían escapar de la furia de sus propios protectores. Tan pronto el ejército fue aniquilado, los niños de Aliete fueron los siguientes, quienes cayeron enfermos y finalmente murieron. Los padres llenos de ira culparon a Adam por sus acciones y lo obligaron a dar la cara. Estaban dispuestos a asesinarlo con tal de que la destrucción cesara. Pero el daño ya estaba hecho.

Adam temía por su vida. Preguntó a Habba la manera para salir de ese lugar y regresar a su mundo, pero Habba lo obligó a pagar sus errores. Con un hechizo llamó al viento y con su ayuda llevó a Adam al centro del pueblo, en donde todos los habitantes ya lo esperaban. Él gritaba e imploraba perdón. Lloraba suplicando que su vida fuera perdonada, pero en sus ejecutores crecía cada vez más la ira y la rabia contra aquél que debió traer la prosperidad y en cambió sólo trajo muerte.

Lo golpearon salvajemente con palos y antorchas, quemaron y deformaron su rostro. Con un hacha le cortaron la mano derecha. Y seguían golpeándolo para saciar su pena.

Nembros, quien veía desde lejos, sabía que la muerte sería lo mejor que le podía esperar a Adam, así que lanzó un hechizo que lo hizo volver a su mundo, 50 años en el futuro.

Deforme y marcado, Adam volvió a su propio mundo, pero era tal su condición que nadie quería verlo a los ojos. Nadie lo ayudaría. Adam fue condenado a nacer una y otra vez, con las mismas deformidades que sus súbditos dejaron en su cuerpo como recuerdo de la desgracia que su ambición había llevado a su reino. Para Adam sólo habían pasado 5 días y si alguien le hubiera dicho que tenía el destino de un reino en sus manos, jamás lo hubiera creído.

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