Esto ya tiene sus añitos. Sí, soy un ocioso que no se preocupa por arreglar las inconsistencias de la historia. Sobre todo al final, pero ahorita ando ocupado con otras cosas, así que no me importa.
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¿Decías que era muy tarde?... Si no hubieras pensado en comer tanto no estarías hablando tonterías.
Desde hace 6 meses las cosas no han ido nada bien. Después de esa extraña epidemia de tifoidea (que sepa dios cómo llegó al pueblo) ella ya no es la misma. Su rutina diaria de salir a pasear con Rusty se vio sustituida por largas horas de lectura, seguidas por una siesta que duraba casi hasta el anochecer. Ese verano fue más caluroso que otros años, cosa que la molestaba bastante y ella no dejaba de quejarse: “¡Esto es ridículo!, necesito un ventilador incluso afuera de mi propia casa”, decía, “Y los mosquitos son demasiado molestos”, como si antes no los hubiera soportado de buen modo.
Por las noches nada era diferente. Cenábamos en silencio, un silencio de muerte. A veces temía conversar con ella debido al mal humor que había comenzado a invadir su carácter. Esto me asustaba aún más, pues no sabía con certeza si aquellos arranques de ira eran por mi culpa o no: “¡Si no hubieras pensado en comer tanto no estarías hablando tonterías!”. Hace dos meses, día de muertos, unos niños llegaron a casa pidiendo dinero; cuando escuche el ruido de la perilla de inmediato noté que les pedía que no molestaran y de un golpe cerró la puerta. En realidad algo andaba mal, pues ella adoraba a los niños. Escuché las voces de los pequeños afuera, en verdad los asustó.
Hace casi un año ella había logrado terminar ese curso de italiano del que se sentía tan orgullosa que no dejaba de repetirme frases básicas en ese idioma, frases que nunca pude pronunciar. Poco después consiguió trabajo en una escuela para dar clases de inglés, pues dominaba ambos idiomas; pero dos meses más tarde cayó enferma, como mucha gente del pueblo, a causa de la tifoidea. Perdió su puesto y se lo dieron a una joven que venía de la ciudad, recién egresada de la universidad.
Su estado era grave en aquel entonces y fue hospitalizada. Fue en el hospital donde recibió por teléfono la noticia de su reemplazo, justificado por un contrato que aún no había sido firmado. Esto la alteró bastante y su estado no mejoró. Estuvo hospitalizada dos meses por sus constantes recaídas.
Rusty comenzaba a extrañarla, pues ahora eran pocas las veces en que siquiera volteaba a verlo. Cada vez que el perro jugueteaba entre sus piernas ella lo alejaba con el pie, sin lastimarlo pero bruscamente. Anteriormente eran una pareja inseparable, pues a raíz de un accidente con un auto ella lo paseaba diariamente a las 11 de la mañana. Ahora el perro parece triste, pues a las 11 de la mañana ya no hay nadie que lo lleve de paseo.
La noche de navidad fue agradable, a pesar de que yo imaginaba lo contrario. Durante todo el día se la pasó en la cocina. La cena que preparó fue excelente, tradicional y nada extravagante. Habló de tantas cosas pero nada que no hubiera ocurrido durante ese día. Yo pensé que era su manera de pedir disculpas, pero todo cambió a los pocos días; todo volvió a ser como en los meses anteriores.
Esta mañana la enfrenté, le hice saber que ya no era feliz y que era mejor arreglar la situación de una buena vez. Ella no dijo nada, me señaló el reloj y entendí que era tarde para llegar a mi consultorio. A medio día tuve que visitar un rancho para revisar el estado del ganado, razón por la que no pude regresar a casa para comer; de alguna manera no quería hacerlo, pues no tenía ganas de verla.
Por la noche, de regreso a casa, observé que las luces estaban apagadas. “Vaya, se durmió temprano”, pensé. Entré a casa y fui a la cocina. No tenía mucha hambre, por lo que sólo comí un pedazo de pan y tomé una taza de café. Me dirigía a la habitación cuando la vi sentada en su mecedora de la sala en plena oscuridad. Di la vuelta y encendí la luz mientras le preguntaba por qué estaba ahí. Al regresar la mirada, ahora con la luz encendida me di cuenta que en la mecedora sólo había una nota que decía:
“Gracias por todo, pero es hora de irme. No te preocupes por Rusty; desde aquel accidente con el auto se negaba a irse sin mí, pero después de mi enfermedad ahora podemos irnos los dos. Tardé mucho en darme cuenta de que ya no podía seguir aquí. Lamento haberte hecho sufrir los últimos meses, pero entiende que yo no sabía que la vida me había abandonado y era difícil para mí continuar contigo en esa situación. Nunca supiste lo que pasó en realidad pues ahora sé que yo aún estaba en mi habitación después de que los médicos se llevaron mi cuerpo. Regresamos a casa juntos porque yo no quería dejarte. Visítame, creo que podrás suponer mi dirección. Con cariño, Amanda.
Desde hace 6 meses las cosas no han ido nada bien. Después de esa extraña epidemia de tifoidea (que sepa dios cómo llegó al pueblo) ella ya no es la misma. Su rutina diaria de salir a pasear con Rusty se vio sustituida por largas horas de lectura, seguidas por una siesta que duraba casi hasta el anochecer. Ese verano fue más caluroso que otros años, cosa que la molestaba bastante y ella no dejaba de quejarse: “¡Esto es ridículo!, necesito un ventilador incluso afuera de mi propia casa”, decía, “Y los mosquitos son demasiado molestos”, como si antes no los hubiera soportado de buen modo.
Por las noches nada era diferente. Cenábamos en silencio, un silencio de muerte. A veces temía conversar con ella debido al mal humor que había comenzado a invadir su carácter. Esto me asustaba aún más, pues no sabía con certeza si aquellos arranques de ira eran por mi culpa o no: “¡Si no hubieras pensado en comer tanto no estarías hablando tonterías!”. Hace dos meses, día de muertos, unos niños llegaron a casa pidiendo dinero; cuando escuche el ruido de la perilla de inmediato noté que les pedía que no molestaran y de un golpe cerró la puerta. En realidad algo andaba mal, pues ella adoraba a los niños. Escuché las voces de los pequeños afuera, en verdad los asustó.
Hace casi un año ella había logrado terminar ese curso de italiano del que se sentía tan orgullosa que no dejaba de repetirme frases básicas en ese idioma, frases que nunca pude pronunciar. Poco después consiguió trabajo en una escuela para dar clases de inglés, pues dominaba ambos idiomas; pero dos meses más tarde cayó enferma, como mucha gente del pueblo, a causa de la tifoidea. Perdió su puesto y se lo dieron a una joven que venía de la ciudad, recién egresada de la universidad.
Su estado era grave en aquel entonces y fue hospitalizada. Fue en el hospital donde recibió por teléfono la noticia de su reemplazo, justificado por un contrato que aún no había sido firmado. Esto la alteró bastante y su estado no mejoró. Estuvo hospitalizada dos meses por sus constantes recaídas.
Rusty comenzaba a extrañarla, pues ahora eran pocas las veces en que siquiera volteaba a verlo. Cada vez que el perro jugueteaba entre sus piernas ella lo alejaba con el pie, sin lastimarlo pero bruscamente. Anteriormente eran una pareja inseparable, pues a raíz de un accidente con un auto ella lo paseaba diariamente a las 11 de la mañana. Ahora el perro parece triste, pues a las 11 de la mañana ya no hay nadie que lo lleve de paseo.
La noche de navidad fue agradable, a pesar de que yo imaginaba lo contrario. Durante todo el día se la pasó en la cocina. La cena que preparó fue excelente, tradicional y nada extravagante. Habló de tantas cosas pero nada que no hubiera ocurrido durante ese día. Yo pensé que era su manera de pedir disculpas, pero todo cambió a los pocos días; todo volvió a ser como en los meses anteriores.
Esta mañana la enfrenté, le hice saber que ya no era feliz y que era mejor arreglar la situación de una buena vez. Ella no dijo nada, me señaló el reloj y entendí que era tarde para llegar a mi consultorio. A medio día tuve que visitar un rancho para revisar el estado del ganado, razón por la que no pude regresar a casa para comer; de alguna manera no quería hacerlo, pues no tenía ganas de verla.
Por la noche, de regreso a casa, observé que las luces estaban apagadas. “Vaya, se durmió temprano”, pensé. Entré a casa y fui a la cocina. No tenía mucha hambre, por lo que sólo comí un pedazo de pan y tomé una taza de café. Me dirigía a la habitación cuando la vi sentada en su mecedora de la sala en plena oscuridad. Di la vuelta y encendí la luz mientras le preguntaba por qué estaba ahí. Al regresar la mirada, ahora con la luz encendida me di cuenta que en la mecedora sólo había una nota que decía:
“Gracias por todo, pero es hora de irme. No te preocupes por Rusty; desde aquel accidente con el auto se negaba a irse sin mí, pero después de mi enfermedad ahora podemos irnos los dos. Tardé mucho en darme cuenta de que ya no podía seguir aquí. Lamento haberte hecho sufrir los últimos meses, pero entiende que yo no sabía que la vida me había abandonado y era difícil para mí continuar contigo en esa situación. Nunca supiste lo que pasó en realidad pues ahora sé que yo aún estaba en mi habitación después de que los médicos se llevaron mi cuerpo. Regresamos a casa juntos porque yo no quería dejarte. Visítame, creo que podrás suponer mi dirección. Con cariño, Amanda.
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