Estoy empezando a sospechar que el teatro me gusta por cosas muy diferentes dependiendo del momento por el que estoy pasando. A veces quiero "expresar" y ya, a veces quiero desahogarme... Esta vez no estoy seguro de lo que es. Tal vez, como mencionaba en la entrada anterior, es una necesidad de compartir y compartirme con el otro.
Después de renegar y odiar al teatro ahora me encuentro queriendo volver a los ensayos, esperando el fin de semana y soñando despierto con Agamenón. El mío. Porque sí, existe el montaje colectivo y el que voy creando yo mismo en mi cabeza. Seguro pasa en mayor o menor medida en los demás miembros del equipo.
Lo que me gusta de este montaje (y creo que en general, pero no supe ponerlo en palabras en su momento) es la sensación de intimidad que se genera. Una de las cosas que me sedujeron fue la idea de no haber más de dos actores. He logrado encontrar el placer en compartir con ella todos nuestros miedos, nuestros deseos y alegrías. Ya no sólo es la crítica política, la tragedia humana o cualquier estupidez que pueda describirse en un discurso mamón. Son dos seres humanos existiendo en un momento y lugar tan específico como efímero.
Por eso la relación funciona.
Orestes y las furias |
En el instante en que tengo sus ojos enfrente entiendo cuál es nuestro universo, cuál es mi razón de estar ahí y por qué tengo la necesidad de salir corriendo a sus brazos a pesar del dolor que me genera. Porque es doloroso. Clitemnestra duele. Los deseos duelen.
Clitemnestra significa muchísimas cosas para mi, además de dolor y deseo. Es respeto, fuerza. Clitemnestra son tantas mujeres en el mundo que ahí debe radicar su seducción. Y Agamenón es tan débil junto a ella, tan pequeño. Pero a la vez tan lleno de coraje; de orgullo. Es una pequeña historia del mundo.
Agamenón el enfermo.
Agamenón el enfermo.
Me gusta cómo el texto griego ha dejado de ser un pretexto y se ha diluído con el pasar del tiempo. Ya no es nada, sólo es una alfombra gastada por la cual transitamos. Nos apropiamos y lo hacemos nuestro.
Tenía fe en Agamenón. Aún la tengo. No lo abandoné y no pienso hacerlo. Si por mi fuera lo dejaría madurar poco a poco al paso más lento posible para saborear cada uno de sus matices. Pero no se puede.
Por el momento sólo me limito a pensar en lo que viene y en lo que disfruto del montaje. Aguardo pacientemente por sentir de nuevo su aliento en mi nuca y mis manos en las suyas. Esperar esa mirada, esa sonrisa y decir: "Aquí vamos otra vez".
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