Durante mis ensayos en solitario ha existido - y seguirá existiendo - un problema para mantener la energía, la concentración, la atención y dirección de mi trabajo. ¿La razón? La falta de un espectador; sí, uno, al menos.
Quitémonos de cuestiones meramente egocéntricas en las que el actor gusta de ser el centro de atención, eso, por el momento no nos interesa. Lo que el actor sí es, siempre, en cada oportnidad que tiene, es el centro de convergencia de una serie de fuerzas que llevarán el "espectáculo" por buen -o mal- camino. Ya Peter Brook lo dijo en su momento y me atreveré a repetir lo mil veces repetido: "El teatro nace cuando un actor atraviesa un espacio vacío y es observado por un espectador".
Aquí la clave es el espectador, pues espacios vacíos hay ilimitadamente, actores, en cualquier lado pero, ¿espectadores?, esos son más difíciles de encontrar. Difíciles en el sentido de que cumplan su papel como espectadores y no como simple "público asistente". El espectador es aquél que está siempre esperando algo, la misma palabra lo dice, siempre en alerta. El espectador se dará la oportunidad de respirar con el actor, sentir con el actor, agobiarse con el actor y emocionarse con el actor. Es ahí cuando el verdadero acto teatral aparece; Brook estableció el principio, pero es obvio que en esta época su fórmula ya ha trascendido nuevos límites.
Si el espectador logra ese nivel de relación con el actor, entonces no sólo compartirá sensaciones, sino que compartirá parte de la vida en escena también. No utilizo la palabra "identificación" a propósito, pues el hecho de que el espectador se "identifique" con el actor me parece el punto más superficial de la relación, un mero inicio de todo.
Y entonces aquí viene mi experiencia personal. Si corro el monólogo literalmente, en mi habitación, solo, sin más espectadores que mi propia sombra, la energía que de mis emociones se desprende brota de mi cuerpo y cae al suelo, sin depositario alguno que la reciba; entonces lo vivo muere, pues no puede alimentarse de nada. La energía en el suelo es incapaz de levantarse por sí sola. Si alguien ha de absorberla será la tierra, pero sabemos que es caprichosa y no la va a devolver. El monólogo tiene entonces que transformarse y respirar la verdadera escencia teatral; el dispositivo debe cerrarse y para eso, para eso está el espectador. El monólogo, como alguna vez ya lo expresé (sin ser el único ni el primero) se transforma en un unipersonal. Ya no estamos solos, seguimos siendo uno en la escena, pero no uno en la vida escénica. La vida escénica ha trascendido más allá de la cuarta pared. El espectador está ahí.
Ahora que nos damos cuanta de eso, podemos sentir algo que nos maravilla y nos llena de esperanza: ¡Hay al fin alguien en quién depositar nuestra energía! Nuestras emociones, nuestras palabras, nuestras preocupaciones liberarán energía pero esta vez no caerá sin remedio en el suelo, sino en alguien que está ahí frente a nosotros. El espectador no devorará esa energía, la transformará y la devolverá. ¿Cómo? En forma de risa, de miradas, de llanto, de coraje... En fin, que el espectador también se emocionará y eso alimentará de nuevo al actor para que siga renovandose, momento a momento, mientras siga su trabajo en la escena. El dispositivo está al fin completo, el circuito por fin se ha cerrado.
Ahora podríamos hablar de la "actuación" como tal. El actor no tiene tiempo de "actuar", está muy ocupado cumpliendo objetivos concretos, realizando tareas concretas como para ponerse a "actuar"; el actor acciona, no actúa. La actuación es ya responsabilidad del espectador como un efecto de lo que ve en escena.
Finalmente el teatro es un intercambio; no vamos al teatro a "ver" una obra y ya, vamos al teatro a sentir, a respirar, a experimentar, a vivir. Aunque por supuesto que si el actor no nos propone un intercambio tal, el esfuerzo habría sido en vano. Todo es un intercambio, aunque voluntario: Yo cedo, si tu cedes también. Sí, tal vez es cuestión de voluntad. Un poco de humildad, pero eso ya sería parte de otro tema, junto al hecho de que algunos actores han de necesitar al espectador para reafirmar su posición como "artistas".
Y todo esto se desprende de mi penúltima presentación en clase de "Sobre el daño que hace el tabaco", de Chejov. Creo que nunca dejaré de agradecerle al teatro todo lo que me ha hecho crecer.
Peace n' joy people!
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