Me acuerdo de mis épocas ñoñas... Más ñoñas que ahora, creo. Me gustaba escribir fanfics y esas cosas que a nadie le interesan, pero todos fingen que sí, para que de esa forma podamos pedir que nos lean.
Siempre he sido fan de Evangelion, aunque no creo que sea la máxima representación del anime. O sí, no se. Tal vez era mi edad y las cosas por las que pasaba la primera vez que lo vi. Seguramente como a la gran mayoría de los fans les sucedió; después de todo, no son gratuitas todas las referencias a la psicología y demás. Esta serie me hizo experimentar un montón de sensaciones, cosa que nada había logrado en mucho tiempo. Por eso me sigue gustando.
Siempre he sido fan de Evangelion, aunque no creo que sea la máxima representación del anime. O sí, no se. Tal vez era mi edad y las cosas por las que pasaba la primera vez que lo vi. Seguramente como a la gran mayoría de los fans les sucedió; después de todo, no son gratuitas todas las referencias a la psicología y demás. Esta serie me hizo experimentar un montón de sensaciones, cosa que nada había logrado en mucho tiempo. Por eso me sigue gustando.
Por aquellas épocas escribí esta carta, un poco basado también en algunos libros que tenía mi papá sobre la segunda guerra mundial.
Era perceptivo y sensible. Creo que si intentara hacer algo similar o mejorar esto sería muy difícil. Así que mejor lo dejo como está, a fin de cuentas lo escribió alguien de mi edad, en aquél momento.
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Septiembre 13, 2001.
Hace exactamente un año que ocurrió la catástrofe. Aún hoy, cuando abro los ojos por la mañana, puedo ver ese resplandor por todo el cielo.
En aquél entonces yo vivía en una provincia cercana a lo que en algún momento fue la metrópoli de Tokyo. En ese lugar pocos habitantes profesábamos el catolicismo; la gran mayoría eran budistas y sintoístas. Fue desde la llegada de mis abuelos desde Italia que nuestra familia se convirtió a otra religión
Mi círculo de amigos se conformaba de cuatro jóvenes, incluyéndome a mí. Los otros tres eran: Takashi Tomiyama, el líder del grupo y más popular entre las chicas. Después estaba Mamoru Kobayashi, el protegido de todos debido a que no era muy fuerte; era pequeño de estatura y un poco introvertido. Por último está mi mejor amigo, Takateru Shirakawa, a él sólo le interesaba sobresalir en los deportes y gustaba de enfrentar todos los retos que se le presentaban.
Hacia 1998, Mamoru se fue a vivir a China, debido a que habían trasladado a su padre a trabajar en ese país; todos nos preguntábamos cómo le iría al pobre chico en un país distinto, pero siempre confiamos en que lo lograría.
Un año después siguió Sempai Tomiyama; él se fue a vivir a Hokkaido pues le ofrecieron una beca por 3 años en una universidad cerca de esa región. No nos dijo nada hasta el último día. A pesar de todo no era tan fuerte como aparentaba y le dolía abandonar su lugar de origen. Por último sólo quedábamos Shirakawa y yo. Durante ese año no ocurrió gran cosa, todo transcurría como siempre; tanto como si nuestros dos amigos siguieran con nosotros.
Fue en esa época cuando aprendí muchas cosas de Shirakawa; él me enseñó que cuando alguien tiene que irse lejos nunca regresará con las manos vacías, pues traerá muchas vivencias y transmitirá lo que haya experimentado. Sigo agradeciéndole esas palabras, pues me han ayudado a sobrellevar lo ocurrido un año después.
Era el día 13 de septiembre del año pasado; yo estaba con Shirakawa en el centro de videojuegos. Repentinamente las máquinas comenzaron a fallar y el piso a sacudirse; el pánico no se hizo esperar pues era obvio que se trataba de un terremoto. No pasaron más de dos minutos para que nos diéramos cuenta de nuestro error.
Al principio el cielo comenzó a oscurecerse, mientras todo albergaba una aparente calma; la electricidad regresó y la tierra dejó de temblar. Recuerdo que Shirakawa comentó: "Increíble, un terremoto y un eclipse al mismo tiempo", a lo que yo le contesté que nadie había anunciado nada sobre un eclipse.
Justo en el momento en que terminaba de decir esto, ambos giramos la cabeza hacia el cielo y notamos una extraña figura formada por varios rayos de luz. Después de esta aparición una serie de explosiones estremeció la tierra; los escombros volaban por todas partes. Shirakawa corrió hacia mí y me lanzó lejos de donde me encontraba; los escombros cayeron sobre él justo antes de que todo estallara a pocos metros delante de mí. Fueron esos pocos metros a los que me empujó Shirakawa los que me salvaron la vida.
Más de 3000 personas murieron frente a mis ojos, incluyendo a mi mejor amigo; yo sólo salí con varios huesos rotos. Después de la explosión no supe nada más, pero de alguna manera me encontraron entre el concreto y metales retorcidos. Desperté pocos días después en un hospital improvisado; mis heridas se infectaron y tuvieron que amputarme un brazo.
Pocos meses después los medios de comunicación que quedaban comenzaron a dar el anuncio de que lo ocurrido había sido causado por la caída de un meteorito sobre la Antártida y que fue algo similar a lo ocurrido 65 millones de años atrás, cuando se extinguieron los dinosaurios. Nunca se dio explicación alguna a las formaciones de luz en el cielo.
Según mi religión, este pudo haber sido el Apocalipsis narrado en las sagradas escrituras; por lo que oré durante mucho tiempo para que la tragedia nunca volviera a ocurrir.
En la actualidad casi nada ha logrado reponerse a esos acontecimientos. Yo vivo en un albergue ubicado en lo que alguna vez fue el distrito de Nerima. No he logrado reponerme de mis heridas físicas y mucho menos de las psicológicas, pero puedo decir que, gracias a Shirakawa, aún estoy vivo.
Hace poco me enteré de que ninguno de mis amigos sobrevivió a lo que los científicos llamaron “El segundo impacto”, así que recé algunas plegarias para que descansaran en paz. Mi familia tampoco sobrevivió y yo fui el único de tres hermanos que aún se encuentra aquí.
Puedo decir que, a los 17 años de edad, he vivido el infierno y he madurado unos seis años.
Kei Sawaguchi 13/09/2001
En aquél entonces yo vivía en una provincia cercana a lo que en algún momento fue la metrópoli de Tokyo. En ese lugar pocos habitantes profesábamos el catolicismo; la gran mayoría eran budistas y sintoístas. Fue desde la llegada de mis abuelos desde Italia que nuestra familia se convirtió a otra religión
Mi círculo de amigos se conformaba de cuatro jóvenes, incluyéndome a mí. Los otros tres eran: Takashi Tomiyama, el líder del grupo y más popular entre las chicas. Después estaba Mamoru Kobayashi, el protegido de todos debido a que no era muy fuerte; era pequeño de estatura y un poco introvertido. Por último está mi mejor amigo, Takateru Shirakawa, a él sólo le interesaba sobresalir en los deportes y gustaba de enfrentar todos los retos que se le presentaban.
Hacia 1998, Mamoru se fue a vivir a China, debido a que habían trasladado a su padre a trabajar en ese país; todos nos preguntábamos cómo le iría al pobre chico en un país distinto, pero siempre confiamos en que lo lograría.
Un año después siguió Sempai Tomiyama; él se fue a vivir a Hokkaido pues le ofrecieron una beca por 3 años en una universidad cerca de esa región. No nos dijo nada hasta el último día. A pesar de todo no era tan fuerte como aparentaba y le dolía abandonar su lugar de origen. Por último sólo quedábamos Shirakawa y yo. Durante ese año no ocurrió gran cosa, todo transcurría como siempre; tanto como si nuestros dos amigos siguieran con nosotros.
Fue en esa época cuando aprendí muchas cosas de Shirakawa; él me enseñó que cuando alguien tiene que irse lejos nunca regresará con las manos vacías, pues traerá muchas vivencias y transmitirá lo que haya experimentado. Sigo agradeciéndole esas palabras, pues me han ayudado a sobrellevar lo ocurrido un año después.
Era el día 13 de septiembre del año pasado; yo estaba con Shirakawa en el centro de videojuegos. Repentinamente las máquinas comenzaron a fallar y el piso a sacudirse; el pánico no se hizo esperar pues era obvio que se trataba de un terremoto. No pasaron más de dos minutos para que nos diéramos cuenta de nuestro error.
Al principio el cielo comenzó a oscurecerse, mientras todo albergaba una aparente calma; la electricidad regresó y la tierra dejó de temblar. Recuerdo que Shirakawa comentó: "Increíble, un terremoto y un eclipse al mismo tiempo", a lo que yo le contesté que nadie había anunciado nada sobre un eclipse.
Justo en el momento en que terminaba de decir esto, ambos giramos la cabeza hacia el cielo y notamos una extraña figura formada por varios rayos de luz. Después de esta aparición una serie de explosiones estremeció la tierra; los escombros volaban por todas partes. Shirakawa corrió hacia mí y me lanzó lejos de donde me encontraba; los escombros cayeron sobre él justo antes de que todo estallara a pocos metros delante de mí. Fueron esos pocos metros a los que me empujó Shirakawa los que me salvaron la vida.
Más de 3000 personas murieron frente a mis ojos, incluyendo a mi mejor amigo; yo sólo salí con varios huesos rotos. Después de la explosión no supe nada más, pero de alguna manera me encontraron entre el concreto y metales retorcidos. Desperté pocos días después en un hospital improvisado; mis heridas se infectaron y tuvieron que amputarme un brazo.
Pocos meses después los medios de comunicación que quedaban comenzaron a dar el anuncio de que lo ocurrido había sido causado por la caída de un meteorito sobre la Antártida y que fue algo similar a lo ocurrido 65 millones de años atrás, cuando se extinguieron los dinosaurios. Nunca se dio explicación alguna a las formaciones de luz en el cielo.
Según mi religión, este pudo haber sido el Apocalipsis narrado en las sagradas escrituras; por lo que oré durante mucho tiempo para que la tragedia nunca volviera a ocurrir.
En la actualidad casi nada ha logrado reponerse a esos acontecimientos. Yo vivo en un albergue ubicado en lo que alguna vez fue el distrito de Nerima. No he logrado reponerme de mis heridas físicas y mucho menos de las psicológicas, pero puedo decir que, gracias a Shirakawa, aún estoy vivo.
Hace poco me enteré de que ninguno de mis amigos sobrevivió a lo que los científicos llamaron “El segundo impacto”, así que recé algunas plegarias para que descansaran en paz. Mi familia tampoco sobrevivió y yo fui el único de tres hermanos que aún se encuentra aquí.
Puedo decir que, a los 17 años de edad, he vivido el infierno y he madurado unos seis años.
Kei Sawaguchi 13/09/2001
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