Todo inicia con una caricia, una mirada y un par de palabras (una más, una menos). Finalmente las palabras sobrarán y serán reemplazadas por otra caricia y otra y otra... Otra mirada... Ojos cerrados y finalmente caricias que se convierten en sutiles rasguños.
Hilos de susurros, de aliento que no suena. Voces silenciosas que erizan la piel y labios humedos que rozan el cuello. La temperatura aumenta.
Las manos resbalan por los botones y destruyen las cerraduras que conforman. Deslizan las ropas, una a una cada prenda cae al suelo. Finalmente la naturaleza se desvela, pura, libre de las ataduras de la razón.
Las manos y los dientes aprietan cada vez más. Los cuerpos se unen al fin en serpenteantes espasmos...
Esta, señores, es la nota preliminar de mi mentecita ante ese momento increíblemente liberador, catártico, irracional, furioso, rabioso, pasional, alucinante... En fin... Ese momento en el que tu cuerpo encuentra un punto de relación entre tú y otra persona: tu amiga, tu novio, tu esposa, quien sea. Ese punto en el que ambos saben que no hay momento que importe más que ese ni persona que lo comparta de igual manera contigo.
En ese momento no hay límites, no hay barreras, no hay razón: Eres uno con el otro y viceversa. El universo se concentra en ambos... Y no me importa que me tachen de cursipoético. Es SU universo: sus pensamientos, sus problemas, sus decisiones, sus maldiciones, sus fracasos y victorias. Es la energía de ESE universo la que invade sus cuerpos, una energía que los invade hasta tal punto que no es posible contenerla. Explota, entre mordiscos, gritos, gemidos y susurros... Están agotados, libres...
Pero finalmente la irracionalidad se tiene que ocultar de nuevo, simplemente para despertar en otra ocasion y confirmar que es, de hecho, el estado más puro de la mente.
Gocen y amen la vida gentes, nada más tenemos una... O muchas... en ese caso, gócenlas todas.
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