VIII
Me aquieto y cierro los ojos
para oír rugir las olas.
Mis tozudas ansias solas
se vuelven solo despojos
¡ay! ante aquellos enojos
de tu agitada tormenta.
Me aquieto y feroz aumenta,
no hay tregua ni tiene piedad.
Pero apelo a mi ingenuidad
para librar la lid cruenta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario