viernes, julio 26, 2013

Arabí y el dentista.

Es bien sabido que cuando comes chicles con catsup debes quitarles todos los huesitos. Lo malo es que en la cena de ayer yo lo olvidé y uno de esos huesitos fue a dar entre el quinto y sexto diente de leche. Papá dijo que probablemente me haría daño en el girotálamo, así que no hubo más opción que llamar al dentista; especialmente al notar los puntos azules que comenzaron a salirme en las orejas.

La cita fue programada para el día viernes a las 3 de la madrugada. Dicen que a esa hora los girotálamos brillan más que de costumbre y es más fácil extirparlos. A mí realmente no me importaba, yo sólo quería que los puntos azules desaparecieran. Es más, ni siquiera sabía lo que significaba la palabra "extirpar" hasta que llegó el día de la cita. El doctor le recomendó a papá que antes de llegar al consultorio comprara un tarro grande de mayonesa y lo arrojara por la ventanilla del coche; decía que era para liberar la presión del hueso de chicle entre los dientes.

El día por fin llegó. Yo estaba bastante nerviosa, así que tomé el autobús directo a mi cuarto para dormir un rato. Por suerte el tráfico en el pasillo no era muy pesado y llegué en poco tiempo. Me quedé profundamente dormida. Cuando desperté estaba en el coche y observé justo el momento en el que papá lanzaba con todas sus fuerzas el tarro de mayonesa. Lo seguí con la mirada y noté que estuvo a punto de golpear en la cabeza a un ratón que de casualidad pasaba por ahí. Salió corriendo y relinchando del susto. Pobre ratón.

Cuando al fin llegamos al consultorio los nervios habían desaparecido. Simplemente quedó la sensación de que algo raro pasaría. Tan raro como ver un caballo relinchando como si fuera un ratón. No pude evitar reír de sólo imaginarlo y mi papá me vio chistoso.

De repente sonó en un altavoz: "Arabí de los Collares y Perlas Azules". Era mi nombre. Era mi turno. Entré al consultorio y vi una silla dorada enorme. Podría jurar que medía unos 2 kilómetros y medio de punta a punta. Mi papá me tomó del brazo y saltó para colocarme en la silla. Me dijo que no me asustara, que a todo mundo le extirpan uno o dos girotálamos de vez en cuando y se quedó sentado en un extremo del consultorio.

Cuando entró el doctor papá y yo nos miramos fijamente. Hacía unos ruidos extraños al caminar y tenía un cabello verde que salía desde su nariz y se enredaba en uno de sus zapatos. Era casi calvo y canoso, con unos lentes oscuros y una guitarra que eran lo único que lo hacían lucir como un dentista normal. Me vio de pies a cabeza y dijo: "¿Uno o dos girotálamossssss?". "Uno", dijimos papá y yo casi al mismo tiempo. Tocó una canción de rock en chileno que duraba unos 15 minutos y cuando terminó sacó un imán de su bolsillo. "Di Jotaaaaaaah", me dijo y yo lo hice. Entonces metió el imán en mi boca y el girotálamo se pegó a él de inmediato. Tuvo que pedir ayuda a papá porque era un girotálamo más grande de lo que esperaba.

Al fin, el girotálamo salió. Fue un Girotálamo Ramírez de traje y corbata. El dentista dijo que nunca en su vida había visto uno como ese, pues casi todos llevan ropa deportiva. Lo puso en el lavamanos y se fue por el drenaje. Yo no entendía nada, sólo supe que las manchitas azules se irían en cuestión de minutos. Papá dijo que fui muy valiente y como premio me llevó a pescar guacamayas en el patio de la casa.