Viene de un texto que inventé en el fotolog.
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Como todos los miércoles a las 11 de la mañana, papá fue corriendo a sacarme del kinder para llevarme a mi cita diaria con el carrusel que la tía Pasita guarda debajo de su cama. La tía no estaba, así que la esperamos afuera.
Habían pasado cerca de setecientos dieciseis minutos cuando al fin apareció. Papá se había bebido toda la botella de jugo de fresa. Generalmente cada botella le dura uno o dos años, pero esta vez estaba cansado de esperar. La tía Pasita nos saludó, gruñendo como de costumbre y sacando la lengua cada vez que pronunciaba la letra "m". Sacó su llave, la arrojó por la ventana y Mamut, su lagartija, comenzó a ladrar. La tía dio una patada en la puerta, esta se abrió y entre gruñidos nos invitó a pasar.
Cuando entramos a la casa fui directamente a la parada de autobús cerca del sofá; sólo así podría llegar rápido al baño, pues estaba a punto de mojár mi pantalón. Habré esperado unos 10 minutos cuando me dí cuenta de la hora, las 11:53 de la noche. A esta hora ya no pasan autobuses al baño. Tendría que caminar. Pasé el sofá, di vuelta en el taburete de madera, caminé un rato por la escalera, di vuelta en la lámpara amarilla y después de media hora por fin llegué al baño. Hice lo que tenía que hacer, me lavé las manos, arreglé mis coletas en el espejo y después de un segundo vistazo a mi cabello salí lista para el carrusel.
La tía y papá se habían quedado dormidos en la cocina, así que les canté una canción en francés que no me sabía para que despertaran. Se sacudieron el polvo, se quitaron las telarañas y me llevaron a la habitación de la tía. No podía esperar para subir al carrusel. Tía Pasita se arrodilló junto a la cama, primero estiró los brazos, luego metió la cabeza y al final se metió tanto bajo la cama que sólo veíamos sus pies. Después de un par de días por fin salió con el carrusel en las manos. Era un carrusel enorme, con dragones, hipopótamos, unicornios, taxis, patinetas, porristas y mayordomos. Yo fui directamente a los hipopótamos; eran mis favoritos.
Después de correr de un lado a otro un hipoótamo amarillo por fin me dirijió la palabra. Fue muy extraño y casi me desmayo del susto. Nunca había visto un hipopótamo amarillo, yo sólo conocía los rosados y los azules. El hipopótamo me dijo que no corriera tan rápido pues le asustaban las alturas. Disminuí la velocidad mientras le preguntaba que cómo era posible que siendo un hipopótamo le asustaran las alturas; siendo así no creo que volara muy alto. El contestó que de hecho, no volaba. Casi me caigo de la risa; ¿un hipopótamo que no vuela? Ahora sí lo he visto todo. Creo que uno de los mayordomos lo escuchó, porque parecía que también se reía. Pobre hipopótamo.
Tomé el micrófono y le dije a la tía que era suficiente y que podía detener el carrusel. Poco a poco dejamos de girar hasta que al fin fue seguro que me bajara. Papá estaba a un lado, esperándome. Me tendió la mano y dijo que era hora de volver a casa. Tras una señal de mi papá me despedí de mi tía con un beso; ella se despidió con un gruñido.
De camino a casa encontramos un perro. Tenía un ala rota, así que le pregunté a papá si podía llevarlo a casa y cuidarlo hasta que mejorara. Por suerte para mí y para el perro, papá axcedió. Lo llamaré Licenciado Miguel Gómez o Lice, para abreviar.
Papá, Lice y yo llegamos a casa. Entre los dos preparamos una cama en el patio para mi nueva mascota. No puedo esperar a que Lice se recupere y crezca; quiero salir a montar a Lice junto a mis amigos y sus perros. Ellos siempre vuelan al parque, pero como yo no tenía perro siempre llegaba al final.
Creo que la historia sobre cómo curamos el ala de Licenciado Miguel Gómez tendrá que esperar; es tarde y debo dormir.
Hasta mañana.
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Como todos los miércoles a las 11 de la mañana, papá fue corriendo a sacarme del kinder para llevarme a mi cita diaria con el carrusel que la tía Pasita guarda debajo de su cama. La tía no estaba, así que la esperamos afuera.
Habían pasado cerca de setecientos dieciseis minutos cuando al fin apareció. Papá se había bebido toda la botella de jugo de fresa. Generalmente cada botella le dura uno o dos años, pero esta vez estaba cansado de esperar. La tía Pasita nos saludó, gruñendo como de costumbre y sacando la lengua cada vez que pronunciaba la letra "m". Sacó su llave, la arrojó por la ventana y Mamut, su lagartija, comenzó a ladrar. La tía dio una patada en la puerta, esta se abrió y entre gruñidos nos invitó a pasar.
Cuando entramos a la casa fui directamente a la parada de autobús cerca del sofá; sólo así podría llegar rápido al baño, pues estaba a punto de mojár mi pantalón. Habré esperado unos 10 minutos cuando me dí cuenta de la hora, las 11:53 de la noche. A esta hora ya no pasan autobuses al baño. Tendría que caminar. Pasé el sofá, di vuelta en el taburete de madera, caminé un rato por la escalera, di vuelta en la lámpara amarilla y después de media hora por fin llegué al baño. Hice lo que tenía que hacer, me lavé las manos, arreglé mis coletas en el espejo y después de un segundo vistazo a mi cabello salí lista para el carrusel.
La tía y papá se habían quedado dormidos en la cocina, así que les canté una canción en francés que no me sabía para que despertaran. Se sacudieron el polvo, se quitaron las telarañas y me llevaron a la habitación de la tía. No podía esperar para subir al carrusel. Tía Pasita se arrodilló junto a la cama, primero estiró los brazos, luego metió la cabeza y al final se metió tanto bajo la cama que sólo veíamos sus pies. Después de un par de días por fin salió con el carrusel en las manos. Era un carrusel enorme, con dragones, hipopótamos, unicornios, taxis, patinetas, porristas y mayordomos. Yo fui directamente a los hipopótamos; eran mis favoritos.
Después de correr de un lado a otro un hipoótamo amarillo por fin me dirijió la palabra. Fue muy extraño y casi me desmayo del susto. Nunca había visto un hipopótamo amarillo, yo sólo conocía los rosados y los azules. El hipopótamo me dijo que no corriera tan rápido pues le asustaban las alturas. Disminuí la velocidad mientras le preguntaba que cómo era posible que siendo un hipopótamo le asustaran las alturas; siendo así no creo que volara muy alto. El contestó que de hecho, no volaba. Casi me caigo de la risa; ¿un hipopótamo que no vuela? Ahora sí lo he visto todo. Creo que uno de los mayordomos lo escuchó, porque parecía que también se reía. Pobre hipopótamo.
Tomé el micrófono y le dije a la tía que era suficiente y que podía detener el carrusel. Poco a poco dejamos de girar hasta que al fin fue seguro que me bajara. Papá estaba a un lado, esperándome. Me tendió la mano y dijo que era hora de volver a casa. Tras una señal de mi papá me despedí de mi tía con un beso; ella se despidió con un gruñido.
De camino a casa encontramos un perro. Tenía un ala rota, así que le pregunté a papá si podía llevarlo a casa y cuidarlo hasta que mejorara. Por suerte para mí y para el perro, papá axcedió. Lo llamaré Licenciado Miguel Gómez o Lice, para abreviar.
Papá, Lice y yo llegamos a casa. Entre los dos preparamos una cama en el patio para mi nueva mascota. No puedo esperar a que Lice se recupere y crezca; quiero salir a montar a Lice junto a mis amigos y sus perros. Ellos siempre vuelan al parque, pero como yo no tenía perro siempre llegaba al final.
Creo que la historia sobre cómo curamos el ala de Licenciado Miguel Gómez tendrá que esperar; es tarde y debo dormir.
Hasta mañana.
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